La luz inundaba por completo hasta el último rincón de aquel piso que de no ser por la cama que había a un metro de la ventana, se encontraría completamente vacío. A ella le gustaban los focos de LED, aquellos que con su intensa luz blanca bañaban su propia piel en una palidez marfileña que hacía resaltar aún más el azabache de su cabello cayéndole por la espalda llena de arañazos y cortaduras, remanentes de su último encuentro amoroso, que aún no habían terminado de cicatrizar.
Ellos dos se hallaban en el piso 11 de un enorme rascacielos en el centro de la ciudad, pero la chica había organizado una fiesta a la que había invitado a centenares de personas en el apartamento de ella, el cual se hallaba en el edificio contiguo, un poco por encima de ellos y a escasos metros, con la premeditada intención de que todos los asistentes de la fiesta, pudieran observar hacia el edificio de enfrente y ver el espectáculo que la chica y él mismo ofrecían en el piso desierto, con una luz casi cegadora cubriendo sus cuerpos completamente desnudos, mientras el sudor destilado por sus poros al tener sexo con intensa furia les recorría la piel dotándola de un brillo casi supernatural, como si fueran dos individuos pertenecientes a alguna especie superior, evolucionada.

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