Caminó por las calles desiertas de la ciudad de Nueva York durante aproximadamente diez minutos. Había tenido los sueños, tal y como las cinco personas con quienes se había topado en la última semana, vagando y tomando de los anaqueles de las tiendas desiertas lo que les viniera en gana, justo como acababa de hacerlo.
Había soñado con el Hombre Oscuro, y tambien con Madre Abigail. Ir al Este y unirse a los pocos supervivientes de la supergripe que pretendían crear una nueva y mejorada versión de la civilización anterior, cuando ni siquiera podían restaurar aún la energía eléctrica en la pequeña ciudad en donde habían comenzado a congregarse, llegando en grupos de 3, 4, 5 -u 11 personas cuando era un grupo realmente numeroso-; o ir hacia el Oeste, cruzar las montañas y llegar hasta Él, unirse a las filas del ejército que el Hombre Oscuro estaba formando, llegar a la ciudad del pecado, el antro luminoso en medio del desierto. El Hombre Oscuro ofrecía poder, gloria, sexo, ponía el mundo en tus manos. La vieja Madre Abigail en cambio sólo te ofrecía el camino de la rectitud, hacer lo correcto, lo decente, cerrar filas para hacerle frente a la oscuridad, pero la realidad era abrumadora: carecía de los recursos del Hombre Oscuro.

Zach quería permanecer al margen, ser un simple espectador, marchar lejos, ir al sur y no tener que participar en lo absoluto. Pero en este nuevo mundo no había lugar para la neutralidad, la impasibilidad, la cobardía; había que tomar una postura y el tiempo se estaba agotando.