
Sostenía su espada a la altura del hombro como si se tratara de una daga, con la punta hacia el suelo, y la mano izquierda en la base de la empuñadura labrada en caoba e incrustada de cristales preciosos. Si estuviera en un campo de batalla, tendría el escudo en una mano y la espada en otra, y podría asestar estocadas y arremeter con el escudo, y también podría defenderse con ambos de los ataques enemigos; pero como no era el caso, al atacar tenía que imprimir toda la fuerza de sus dos brazos y cuerpo únicamente en la espada, y confiar en que sus reflejos le ayudaran a detener las puntiagudas dagas que se estrellaban contra su acero como una lluvia de metales y le rozaban la cota de malla.
La embriaguez salió de su sistema cabalgando las gruesas gotas de sudor que resbalaban por su frente y mejillas.
Probablemente no hubiera tardado en morir aquella tibia noche de enero. Puede que estuviera tratando con simples bravucones, truhanes que poca cosa sabían sobre pelear con una espada de verdad, pero él ya no era ningún joven y tarde o temprano la superioridad numérica de sus inexpertos atacantes bastaría para hacerlo sucumbir.
Pero la mujer con ojos cristalinos lo salvó. Aprovechó que sus asaltantes se habían olvidado de ella, tomó una enorme piedra y acercándose por la espalda, se la clavó en el cráneo al más alto de los tres. Esta distracción sirvió para que el caballero finalmente pudiera asestar una estocada certera y así derribó al segundo, sacó la espada chorreante de su vientre y el hombre se desplomó, cuando sólo quedó un hombre, el guerrero no tuvo que hacer más que pasar del modo defensivo en que se hallaba a un ataque violento y rapaz para aniquilarlo.
Cuando los tres hombres que habían intentado violar a la mujer (ahora que la apreciaba con atención, se percató de que acababa de salir de la adolescencia), hubieron muerto, ella le ofreció al agotado guerrero una mirada tan intensa, profunda y eterna que él no pudo evitar enamorarse para siempre de ella.
Pero la mujer con ojos cristalinos lo salvó. Aprovechó que sus asaltantes se habían olvidado de ella, tomó una enorme piedra y acercándose por la espalda, se la clavó en el cráneo al más alto de los tres. Esta distracción sirvió para que el caballero finalmente pudiera asestar una estocada certera y así derribó al segundo, sacó la espada chorreante de su vientre y el hombre se desplomó, cuando sólo quedó un hombre, el guerrero no tuvo que hacer más que pasar del modo defensivo en que se hallaba a un ataque violento y rapaz para aniquilarlo.
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