martes, 29 de enero de 2013

Piroquinesia.

La evolución no se detuvo con la telequinesia, no.

Piroquinesia, telepatía, electroquinesia, invasores de mente, y otras cosas tan llamativas como devastadoras.

La fría noche, plagada de estrellas de mal agüero, en que llegaron a casa de John Lucen, él sabía que los matarían. No había nada que su incipiente telequinesis pudiera hacer en contra de sus atacantes.

Uno de ellos era un sujeto que había servido junto a Lucen en el ejército, Scott Irving,  un sociópata que se había alistado sólo para tener una manera legal de matar. Después de que la plaga se hubiera extendido, despertando poderes en un pequeño porcentaje de la población, él había desarrollado una potente piroquinesia que no había tardado en entrenar hasta llegar a convertirla en un arma más que letal.

Todo el tiempo brotaban llamas naranjas de sus manos, las cuales danzaban alegremente, con una vitalidad espeluznante, y ni siquiera le importaba el daño que le causaban a su piel, la cual parecía bañada en pintura de color rojo sangre.

-¡Corre!- gritó con la desesperación clavada en la voz como hierro caliente.

Eso fue lo último que le dijo a su esposa.

El tipo que acompañaba a Irving, un invasor, entró a su mente tras dejarlo inconsciente y borró cualquier memoria que Lucen pudiera tener sobre su familia, su esposa e hijo desaparecieron para siempre de sus recuerdos, dejándolo sumido en una total negrura, en el olvido, en el frío y negro abismo de la soledad. Mientras, Irving arrasó su casa con llamas infinitas que se esparcieron como dedos anhelantes, buscando presas, cosas que devorar para seguirse esparciendo, para crecer más y más, como si poseyeran vida propia y tuvieran hambre.

La Organización incriminó a Lucen del asesinato de su familia, y sin memoria, no tuvo argumento alguno válido para defenderse, más allá de la demencia. Así que el estado se limitó a encerrarlo.

Jamás recordaría de nuevo a su familia. Pero siempre existiría un oscuro pedazo de su ser, resguardado en su interior, oculto incluso para él mismo, donde sabría que alguna vez había sido feliz.

Ahora, quedaba poco menos que un cascarón vacío, carente de emociones, donde una vez había estado su corazón. Y justo así era como La Organización quería que fuera.

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