Yo sé quien realmente eres, he visto tu verdadero yo
Cállate, ni siquiera eres real.
Las manos se abrían y cerraban con un crispamiento continuo de los dedos nerviosos, los cuales asemejaban a los de alguien con artritis.
Debo de existir, no? Al fin y al cabo soy parte de ti, eso debería servir de algo, no?
Los dedos aferraron los libros del estante, los músculos se tensaron bajo la piel y la espalda mostró una definición que sólo el levantamiento de pesas puede otorgar. Con la misma diligencia con que habían sido tomados, los libros volaron por los aires para chocar contra la pared y acto seguido ir a parar al suelo, desperdigado por una esquina y con las hojas abiertas, como cadáveres con los brazos extendidos.
Sólo un loco escucharía tus palabras.
Mis palabras no son necias, y no sólo los locos me pondrían atención, los enamorados también llegan a escucharme.
El hombre miró hacia el espejo, los tendones del cuello se tensaron. Hoy como tantas otras veces no sabía de quién era la mirada en los ojos que le regresaba la imagen del espejo. Y a fin de cuentas, acaso importaba realmente?
Tú algún día fuiste uno de ellos.
El hombre miró con ojos profundos hacia su reflejo, sin dar respuesta.
De los enamorados, quiero decir.
Siguió sin responder, ahora su boca se había crispado en un rictus sardónico.
Pudimos haber sido extraordinarios.
Siguió sin haber respuesta.
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