Repentinamente, el dolor inundó todos sus sentidos como una marea. La oscuridad de la inconsciencia se convirtió en un rojo cegador cuando abrió los ojos al carmesí cielo del Paraíso.
Samael despertó sobresaltado y se incorporó, los codos le dolieron al recargarlos en el suelo, así como las costillas que arrojaron descargas de dolor. Durante un instante, el dolor en todo su cuerpo fue tal que era lo único en que podía pensar. Después de este momentáneo paroxismo de tormento, su mente fue aclarándose cada vez más. Se hallaba tumbado en el suelo, y frente a él, estaban las inmensas puertas blancas que custodiaban la entrada al Paraíso, y un poco más abajo, vio un bulto grisáceo, grande como una montaña.
—¡Oigan, finalmente despertó!
Samael giró la cabeza hacia la voz. Era Gabriel. El enorme Ángel estaba sentado encima de algo que Samael no reconoció; a primera vista creyó que era una roca, por el color grisáceo. Pero después enfocó su atención y distinguió que se trataba de la cabeza (una de ellas) del enorme perro Cerbero. Gabriel tenía la espada sobre las rodillas y parecía acariciar los filos, con actitud aburrida.
Antes de que Samael pudiera decir o hacer algo, una presencia llegó corriendo hasta su lado, se hincó y lo abrazó, causando que su cuerpo se estremeciera de dolor. Pero cuando se percató de quien se trataba, el dolor pasó a segundo plano.
—No tienes idea de cuánto me espanté —dijo Athiara —cuando vi la forma en que la garra de ese monstruo te lanzó, pensé que te perdería para siempre.
—Hablando de eso, ¿qué ocurrió? —preguntó Samael, todavía desorientado.
—Esa bestia nos golpeó de una forma brutal.
El que habló fue Lucifer, quien se encontraba de pie, atrás de Athiara, con la hermosa Lilith pegada de su hombro. Los últimos en reunirse al semicírculo alrededor de Samael fueron Miguel y Eliana.
—Un sólo golpe y los dos cayeron directo al suelo como troncos —bromeó Gabriel.
Todos rieron, incluso Miguel, usualmente taciturno. Pero esa momentánea muestra de alegría pasó pronto, cuando recordaron a través de mutuos roces mentales el porqué estaban allí. Samael se puso de pie, trabajosamente y con ayuda de Athiara. Los rostros de ébano, tanto de Miguel como de Eliana, bajo el rayo de luz roja, lucían con un brillo mortífero del cual los demás ángeles carecían. Después Gabriel hizo lo mismo, al tiempo que envainaba su espada plateada.
—¿Y ahora qué hacemos, amor? —le preguntó Lucifer a Lilith.
Ella era la mujer más hermosa que hubiera caminado alguna vez sobre la Tierra. Piel mortalmente pálida, dientes y colmillos tan blancos que parecían despedir el brillo del mismísimo sol.
Samael era consciente que la belleza de su amada Athiara no era más que una especie de vago reflejo de Lilith; ambas tenían cabello y ojos negros que contrastaban con la blancura de la piel. Pero Lilith era infinitamente más antigua. Incluso más antigua que el mismo Lucifer...
Parados ahí, a las puertas del Paraíso, bajo un cielo agónico y purpúreo, Samael recordó las imágenes telepáticas que algunas vez Lucifer le había permitido vislumbrar. No eran más que simples destellos fugaces, imágenes. Pero revelaban trazos de la historia que nadie —ni siquiera los demás ángeles —conocía. Una historia que se parecía bastante a los antiguos mitos que rodeaban a esa enigmática mujer.
Lilith los miró a todos y cada uno de ellos, sus ojos centelleaban de poder. El poder de la mujer más antigua de la Tierra. Cuando habló, su voz retumbó en mil ecos que se siguieron repitiendo mucho después de que hubiera terminado.
—Ahora atacamos —respondió.
Los ángeles desplegaron nueve pares de majestuosas alas. Lilith arrojó un gruñido animal desde las profundidades de su garganta. Lucifer, como habitualmente hacía, había cedido la autoridad a su amante, quien a diferencia de él, era pragmática y sabía cómo desenvolverse en situaciones reales, mientras que Lucifer era más bien un hombre de ideas, un soñador que vivía gran parte del tiempo ensimismado en sus propios pensamientos.
Antes de emprender el vuelo, Lucifer compartió un vistazo más de la historia de Lilith con Samael.
Tristeza, de pronto esta fue la única sensación que el ángel percibió mientras lo embargaba todo. Sus sentidos no fueron más que un vehículo a través del cual viajaba la pena. Samael, durante una eternidad contenida en un instante, estuvo dentro de la piel de Lilith, fue ella.
Los antiguos mitos tenían razón, al menos parte de ellos. Mucho antes de Lucifer, mucho antes del inicio de las historias; vino ella. El creador y ella en algún punto del inicio habían sido uno sólo, dos lados de un mismo ente. Pero algo había pasado, un desacuerdo (¿una traición?). Después vino el exilio. Fue desterrada para siempre, el predecesor la había rechazado, renegando de su propia creación.
Fuego, ira y después cenizas. Las sensaciones fueron sobrecogedoras para sus sentidos y Samael salió del recuerdo abruptamente, envuelto en sudor, cayendo de rodillas ante las miradas de desconcierto de sus demás compañeros. Todos, excepto Lucifer y Lilith.
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Tremenda herejía es esta historia.
ResponderEliminarPero, como escritor, estás sobrado, Jorge. No dudo que el resto de tus obras sean igual de impresionantes.
Tienes una pluma cautivante, seductora.
No dejes de escribir.
Te agradezco mucho por los comentarios!!!
EliminarIgual si gustas ver mi resto de libros, todos están en amazon, pero son tal como dices, todos son un herejía!
Gracias por pasarte por acá y por tomarte el tiempo de dejar tu comentario.