lunes, 1 de septiembre de 2014

In Solitude, (Life)


       ¿La soledad se aprende, es adquirida, o viene acaso incrustada en nuestros genes, formando parte de la cadena del ADN? ¿Es acaso un mal congénito o un don que nos permite explotar nuestros talentos artísticos? 

        Filósofos y gente más pragmática (y quizá por ello con un punto de vista mucho más valido que los primeros) llevan siglos haciéndose la misma pregunta. Los primeros desde un nicho cómodo en el que son vistos como estudiosos o gente intelectual, mientras que los segundos lo hacen desde una trinchera radicalmente distinta -sin glamour, sin versos, sin estar subidos en el pedestal donde la gente mundana y trivial coloca a los filósofos-, lo hacen desde la soledad de sus habitaciones, al llegar el final del día, cuando el sol ha desaparecido tras el ocaso y las máscaras de las que son portadores durante el día, caen.

        Cuando no hay quien pueda verte, oírte, ni consolarte, es el momento en que empiezas a ser honesto contigo mismo. Cuando el telón cae y dejas de guardar las apariencias, y tus demonios descienden hasta tu cama y se recuestan a tu lado es entonces que comprendes la verdadera naturaleza de tu ser.

 El porqué se clava en tu corteza cerebral y lo entiendes, mientras los mismos demonios que te ayudan a conciliar el sueño te arrastran con dedos largos y fríos hacia el inframundo de los sueños, un mundo donde comprendes la verdad, ves todo como realmente es, ves las oportunidades perdidas, lo que pudo haber sido, el primer amor que dejaste ir, la chica que escapó porque no peleaste lo suficiente.

       Pero al despertar, y eso no es de extrañar, ya que nos sucede a todos, olvidas las lecciones aprendidas durante el sueño, la verdad te es esquiva nuevamente y comienzas a preguntarte una vez más si la soledad se aprende, es adquirida o si acaso viene incrustada en los genes.

        Y la ruleta sin fin sigue girando, una, otra y otra vez. 




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