Steve Dibiasi es policía y dios sabe que ama su trabajo.
La cabeza le da vueltas, la habitación parece encogerse y siente que las esquinas de las paredes desean devorarlo. Demasiado alcohol para una noche.
Ya es mediodía., tiene que alistarse, en un par de horas comenzará su turno nocturno. Está sentado al borde de la cama, sólo con un bóxer como vestimenta. No recuerda cómo ni a qué hora se quitó el resto de la ropa. Juguetea con el anillo cuádruple que baila entre sus dedos, el anillo diseñado para propinar palizas realmente memorables al bastardo que lo merezca.
Una sonrisa cruza su rostro como un rayo reventaría a mitad de la noche, iluminando durante un breve segundo la noche. Piensa que los polis en la vida real no son como los muestran en las series de televisión, no son tipos honorables que hacen el bien desinteresadamente ni mucho menos, a veces son todo lo contrario. Los polis de verdad no son sino los niños que solían ser los abusadores en la primaria, y ahora han crecido y cambiaron el patio de recreo por las violentas calles. Propinan golpizas al primero que se atreva a incitarlos de cualquier manera, insultan (y abofetean ocasionalmente) y arrestan a las putas altaneras envalentonadas que creen que pueden gritarles sin sufrir las consecuencias, cobran sobornos e intimidan de vez en cuando a quien no quiere soltar los billetes tan fácilmente. En fin, ser poli es como ser el abusador del barrio, sólo que reciben un pago por ello, más la seguridad social y las prestaciones.
Cuando Steve creció y no supo qué debía hacer con su vida, un amigo le sugirió que probara suerte en las fuerzas del orden. No muy convencido pero sin muchas otras opciones, decidió ir y ver de qué se trataba todo eso.
No tardó mucho en encariñarse con el ambiente, y al darse cuenta de que había encontrado una forma de vida en donde podía canalizar su violencia y desbordarla sin represalias, y además le pagaban por ello, supo que querría hacer eso durante el resto de su vida.
Se pone en pie, su excelente condición física no ha mermado con el paso de los años, de hecho al ir adquiriendo masa muscular -algo normal en el cuerpo de los hombres con el transcurso del tiempo-, se ha vuelto más intimidante. Cierra el puño con firmeza y avanza con pasos seguros hasta la ducha, preparado mentalmente para enfrentarse una noche más con todas las sanguijuelas y cucarachas que habitan las calles de su ciudad.
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