sábado, 11 de agosto de 2012

brutalica.

La piel al rojo de los nudillos, escurriendo sangre tibia, hacía juego con la cara del sujeto, deformada por los golpes y chorreando más sangre después de incontables veces de golpear contra el suelo. El puño se había encaprichado con el rostro, golpeándolo una, dos, tres y más veces hasta perder la cuenta.

Cuando el furor hubo pasado, el hombre se levanta, jadeante y con el corazón latiéndole violentamente contra el pecho, arrojando adrenalina por su torrente sanguíneo, bloqueando momentáneamente el dolor.

Observa con sádica satisfacción su obra, el rostro que sus puños han moldeado hasta convertirlo en un trozo de carne roja irreconocible. El cráneo del hombre ha dejado de parecerlo y se ha convertido en nada más que piel, sesos y huesos entremezclados.

Gira el rostro, con una surreal sonrisa enmarcando su rostro, una sonrisa que no sólo pertenece a los labios, sino que abarca todo; sus ojos, su frente y el resto tienen una siniestra expresión risueña a juego. El dolor comienza a hacer su aparición, pero no es más que una lejana sombra bajo la superficie del cúmulo de emociones que recorren su piel, un animal encadenado que pronto se desatará para causar daño, sufrimiento, pero por ahora permanece mantenido a raya.

Se voltea hacia la chica, no sabe qué expresión va a encontrar en la cara de ella, y cuando la mira y ella le sostiene la mirada, el nerviosismo de la primera cita se desvanece, las piernas temblorosas se vuelven firmes, las mariposas en el estómago mueren, entonces pregunta:

-¿Estás bien?

-Me salvaste, eres mi héroe -responde ella sin vacilar.

Y sin importarle un carajo toda la sangre salpicada contra el rostro del hombre, se abalanza sobre él y lo besa apasionadamente, como si la vida se le fuera en ello. Y permanecen así, unidos entre sangre, pasión y adrenalina durante lo que parece una eternidad, una dulce y febril eternidad.

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