Su voz era penetrante y lasciva.
-Me encantan los gritos de esa chica; grita como si la estuvieras follando y al momento de correrte, en vez de eyacular semen dentro de ella, fueran pequeños alfileres.
Su amigo, el tímido y bajito Miguel lo observaba sin saber bien qué pensar. Aunque Julián era la persona más sociable y simpática la mayor parte del tiempo; en la escuela, en los bares o como ahora mismo, en el gimnasio; había momentos como aquel, en que soltaba unas frases que te hacían pensar que estabas tratando con un jodido psicópata.
Las chicas lo adoraban, y era natural, su carisma sólo era comparable con su honestidad. Cuando una chica era fea, le escupía la verdad a la cara y el resto de chicas, aunque fueran amigas de la pobre, caían rendidas ante él.
Miguel por el otro lado era lo que en las peliculas de Hollywood llamarían simple y llanamente: un perdedor.
Estudiaba de más, físicamente pasaba fácilmente desapercibido, y en las pocas relaciones que había logrado entablar, trataba bien a las niñas con quienes salía -como lo hacían los sujetos en las chic flicks que había visto-, las cuales al final de la cita lo mandaban muy muy lejos, con una metafórica patada en los huevos.
Ni siquiera sabía bien porqué eran amigos, Julián podría tener como amigo a quien quisiera, y sin embargo lo había elegido a él.
Quizá era el destino, tal vez estaban juntos para que Miguel pudiera aprender a ser más como su amigo.
Siguió la mirada de Julián hacia la chica que hacía sentadillas mientras la tela de su ajustado leggins se apretaba contra los bordes de su diminuta braga. La chica llegó al final de su serie y repitió el grito.
Miguel rió alto y largo, a carcajadas desbordadas.
La gente, los vigoréxicos y las exhibicionistas se le quedaron viendo, juzgándolo. No importaba.
-Tienes toda la razón amigo- aulló con helada voz.
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