-No vayas -dijo ella.
-Tengo que ir, si no defendemos la Tierra ahora, quizá después no haya nada que defender -respondió con estoicidad.
-Nadie está seguro de lo que sean, ni de por qué han venido -dijo sin convicción.
-Isabella, nadie viaja años luz cruzando la galaxia sólo para venir a saludar -la voz del chico recién convertido en hombre rezumaba certidumbre.
Él siempre había sido un patriota, pero ahora los tiempos exigían un nuevo tipo de patriotismo, uno que no conocía fronteras, el planeta entero necesitaba la unión de todos y cada uno de los países si querían sobrevivir a lo que vendría. Existía la remota posibilidad de que ellos vinieran en son de paz. Pero nadie lo creía realmente.
Instintivamente él volteó al cielo, ella siguió su mirada y vio lo que toda la gente del planeta llevaba viendo durante los últimos meses. La flota alienígena, miles y miles de puntos lejanos, similares a estrellas, pero diez veces más grandes, estacionados fuera de la atmósfera de la Tierra. Impasibles, imperturbables e indiferentes. Nadie sabia a que habían venido, ni por qué aguardaban ahí, tampoco habían hecho ningún tipo de contacto. Sólo esperaban.
Lo que sí había sucedido fue que alrededor de todo el planeta, hombres y mujeres como John se habían alistado en los ejércitos de sus respectivos países, esperando ingresar después a la recién creada Flota por la Humanidad.
Él la besó, ella vio la convicción en sus ojos y supo que nada de lo que hiciera o dijera le haría cambiar de opinión.
-Además sé que iré a la guerra por una razón-dijo él -lucho por tu futuro y el de ella.
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