viernes, 2 de octubre de 2020

Ciudad Violenta: El Gran Descubrimiento

 


8

Norman se pasó las manos por la frente y el cabello, los ojos abiertos como platos. Acababa de tener una epifanía, una revelación. ¿Cómo había sido posible que ese detalle se les pasara por alto a todas las personas, incluyéndolo a él mismo? Ahí había estado siempre, una pista tremenda frente a sus ojos y nadie la había visto. 

–González, González –dijo con un hilo de voz. 

González estaba junto a la ventana que daba a la calle, fumando un cigarrillo plácidamente y apenas si lo oyó, y cuando lo escuchó, decidió ignorarlo unos segundos más. Además, Norman seguía sentado en el suelo en el centro de la oficina, en medio de pequeños pero numerosos montoncitos de archivos de investigaciones pasadas, por lo que la distancia entre los dos se ensanchaba un poco más. 

–González –repitió el perfilista, con la voz ya recuperada. 

Éste volteó con una mirada de hastío, ¿qué acaso ese crío no sabía lo rudo y maleducado que era interrumpir a alguien mientras esa persona se encontraba fumando?

–¿Qué pasa?

–Las niñas que dieron su testimonio…

–Ajá ¿qué hay con ellas?

–¿Dónde dices que se separaron de su amiga por última vez?

–En el metro ¿por qué?

–Mira en los archivos, mira bien. 

Ahora Roberto González estaba intrigado, parecía que aquel muchacho, el cual parecía un adolescente recién salido de la Academia, acababa de dar en el clavo con algo, o al menos parecía convencido de ello. Así que le preguntó:

–¿Qué pasa con ellos? 

–¿Qué tienen en común todas estas ciudades, las ciudades donde sabemos o sospechamos que este enfermo ha atacado? –preguntó Norman con vehemencia. 

Norman se había puesto de rodillas, parecía uno de esos excéntricos matemáticos al borde de un descubrimiento colosal para el cual han trabajado durante toda su vida: ojos echando chispas, mechones del cabello, horas antes peinado impecablemente hacia atrás, cayéndole sobre la frente, rozándole los ojos, y las manos temblándole al tiempo que apuntaba a los archivos más importantes. 

Ahora Roberto comenzaba a entender, la luz del conocimiento empezó a rasgar su camino a través de su mente, primero con pálidos rayos y después con la intensidad de un sol en miniatura. Sus ojos se abrieron como platos…

–¡Oigan, no van a creer lo que está pasando allá afuera!

El grito del chico que era pasante llegó acompañado del estrépito de la puerta al ser abierta de golpe y chocar contra la pared. Los dos voltearon sobresaltados, y lo miraron con un enojo tal en los ojos, que el muchacho se arrepintió al instante de haber irrumpido así. Pero aun así, tenía que informarles, al fin y al cabo el alboroto era por ellos. 

–¿Qué quieres? –gruñó Roberto.

–Es la prensa –dijo con voz entrecortada como si hubiera llegado corriendo, y a juzgar por una solitaria gota de sudor en su frente, eso era justo lo que había sucedido–. Han llegado a montones y están frente a la entrada de la comisaria. Las escaleras de la entrada están repletas de ellos. 

–¿Y eso qué nos importa? –lo reprendió de nuevo. 

–Que están aquí por él –y señaló a Norman con la cabeza–, por ustedes –rectificó cuando los ojos de González se convirtieron en dos pistolas que podrían agujerear su pecho. 

–¿Qué mierda podrían querer esas malditas aves de rapiña? 

–Al parecer se enteraron de la contratación del agente Hayes y creen que es por que han llegado a un callejón sin salida en la investigación. 

–Malditos sean –dijo Roberto. 

–Y ya saben cuánta relevancia ha tomado esta investigación en la opinión pública –dijo el muchacho, aun sintiéndose incómodo después de haberlos interrumpido durante su trabajo. 

El chico se despidió y salió corriendo de ahí a toda prisa. 

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Capítulos anteriores
:
La Pesadilla Comenzó
Inicia la Investigación
Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
El Monstruo bajo la cama
El Perfecto Caballero
El Asesino del Metro
Prólogo

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