viernes, 2 de octubre de 2020

Ciudad Violenta: Decisiones, Decisiones


–Tenemos que salir ahí y dar esa conferencia de prensa –dijo con vehemencia el agente federal Norman Hayes. 

Se encontraban en la oficina del comisario, a puertas cerradas. Nadie se había tomado la molestia de bajar las persianas, así que aunque desde afuera nadie los podía oír, sí que podían sentir las miradas curiosas de todos los periodistas enfocadas en la comisaría, clavadas directamente en ellos tres (Norman, su compañero Roberto González y el propio comisario Rafael Solís).

–Eso no es posible –sentenció el comisario en un tono que no admitía replicas. 

–Usualmente concordaría con usted comisario –dijo González–, pero en esta ocasión el chico tiene razón. Revelar lo que acabamos de descubrir a la prensa quizá podría salvar a la potencial siguiente víctima de ese canalla. 

–O podría ponerlo sobre aviso y volverse más cuidadoso, o quizá hasta hacerlo cambiar su modus operandi. 

–Con todo respeto comisario –intervino Hayes–, pero llevo estudiando a tipos como este durante años. Son criaturas de hábito, de rutinas, no las cambian fácilmente. Y también tienen un punto débil.

–¿Y cuál sería ese punto débil? –quiso saber el comisario.

–Son egocéntricos, demasiado. Si jugamos bien nuestras cartas, si damos esa conferencia de prensa y hacemos creer a todos, incluidos a los demás oficiales, que nuestro gran descubrimiento no es más que una pequeña pieza de las pistas con que contamos, entonces lo haremos dudar, lo haremos que quiera probar que en realidad no sabemos nada. Y ahí comisario, ahí es cuando los tipos como él se vuelven descuidados –Norman parecía al borde de la euforia, el tipo usualmente callado y de apariencia tímida parecía ahora una extraña especie de estrella de rock n´ roll. 

Rafael Solís permanecía pensativo, con la mano derecha en la cadera, y la izquierda con los dedos índice y pulgar formando una L, cubriéndole los labios, barajando mentalmente las opciones que se presentaban en ese momento frente a él. 

–Aunque no nos guste admitirlo señor –intercedió González–, el chico tiene un buen punto. 

El comisario no era un hombre indeciso, era un hombre de acción, un líder que sabía tomar las riendas y guiar a otros. Así que cuando tomaba una decisión, no titubeaba y aceptaba las consecuencias de sus acciones. Y ahora era un momento decisivo, un momento en el que se decidiría el curso de esa investigación. 

La decisión estaba tomada, y una vez que el comisario se decidía, no había vuelta atrás ni arrepentimientos. Ahora sólo faltaba verbalizar esa decisión.

–Dé esa maldita conferencia de prensa. 

A Norman se le escapó un atisbo de sonrisa al igual que un pequeño suspiro de alivio. 

–Pero escuche bien lo que voy a decirle –le advirtió el comisario, mirándolo directamente a los ojos–. Más le vale atrapar a ese enfermo hijo de puta. 

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