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Segundo día en la oficina. Norman no podría odiar más a esa maldita gente. Aunque viéndolo bien, quizá no fueran tan malos, al fin y al cabo si era honesto consigo mismo, probablemente él se comportaría de manera similar si estuviera en su posición. En la posición de alguien que siente que un agente de fuera viene para robarse el mérito por la investigación que ellos llevan haciendo durante meses, quizá años.
Nadie parecía querer ayudarlo, todos lo hacían pasar a través de trámites burocráticos cuando solicitaba tal o cual cosa y el peor era su compañero. Roberto González. Se mostraba reticente a ayudarlo, a Norman le daba la impresión de que Roberto se había inmiscuido tanto en la investigación, que ahora, la resolución de ésta, lo veía como algo personal. Y por tanto Norman era el agente externo que venía no sólo para quitarle el crédito, sino también para resolver algo que él debería haber resuelto mucho tiempo atrás. Y por esa razón, pensó Norman, tampoco a él podía culparlo del todo.
Ahora, se encontraban sentados en el suelo de la pequeña oficina de González. Habían empujado hacia una esquina el escritorio, y se encontraban rodeados por las cajas que contenían todos los archivos de la investigación, los cuales se encontraban distribuidos sistemáticamente a través de todo el piso. Norman quería tener la mayor cantidad posible de información a la vista y también quería dividirla en grupos, como por ejemplo, la información de otros estados del país y de la cual no estaban cien por ciento seguros se tratara del mismo asesino, estaba separada de aquella que pertenecía sólo a la Ciudad de México. También había otro lugar asignado para aquellos archivos o evidencia demasiado vieja como para considerarse de utilidad alguna.
Al principio Roberto González se mostró reticente a seguirle el juego a Hayes cuando le explicó lo de acomodar todo en el suelo y de cómo eso ayudaba con sus procesos mentales. Pero al final su lado de poli, el que quería atrapar a los malos, prevaleció. Y ayudó a Norman en su tarea de acomodar toda la información.
Ambos se hallaban con las mangas de las camisas remangadas (habían tenido que apagar el ventilador para que no se volaran las hojas, y el aire acondicionado llevaba un mes descompuesto), haciéndole frente al calor que perlaba sus frentes con gotas de sudor. González llevaba la pistola en su sobaquera, igual que siempre, parecía nunca quitársela, como si le reconfortara de una extraña manera sentir constantemente el metal de la culata de su pistola contra su pecho. Norman Hayes por su lado, había dejado su Beretta 9 milímetros reglamentaria sobre el alejado escritorio, aún dentro de la funda con la que se la colgaba al cinturón.
–Llevarla colgando ahí, es una invitación para que algún lunático te la quite, hijo –le había dicho González en la mañana, mientras se preparaba su primera taza de café del día.
Ahora iba ya por la tercera taza.
–Okay, sabemos tres cosas –dijo Norman, intentando aclarar sus ideas mediante la exteriorización de ellas –. Sus víctimas siempre son mujeres blancas de cabello negro.
–Así es –corroboró su compañero.
–Ha atacado en al menos cinco ciudades.
–Que nosotros sepamos –completó González.
–Correcto. Y sabemos que es un hombre joven, entre veinte y treinta años de acuerdo a la vaga descripción que dieron las amigas de la joven que apareció muerta unos días después de abandonarlas en el metro para irse con el “chico misterioso” como le decían ellas.
–Eso es lo más cercano que hemos estado de ese psicópata –gruñó González –. Tres adolescentes, casi niñas, que vieron cómo su amiga se iba con un extraño en vez de a la escuela y ninguna albergó ningún tipo de sospecha, a ninguna se le ocurrió darle algún tipo de advertencia –su mirada se oscureció.
–El mundo es un lugar loco –concordó Norman –Además, por lo que leí en sus declaraciones, el tipo no parecía representar una amenaza, lucía inofensivo. Las tres chicas lo describen como nerd, tan tímido que fue casi como si su amiga hubiera tenido que aventársele prácticamente y seducirlo ella a él.
Ambos se quedaron pensativos, mirándose el uno al otro. Con un objetivo en común en la mente. González se remangó un poco más las mangas de la camisa y volvieron a poner manos a la obra.
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Capítulos anteriores:
Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
El Monstruo bajo la cama
El Perfecto Caballero
El Asesino del Metro
Prólogo
Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
El Monstruo bajo la cama
El Perfecto Caballero
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