martes, 1 de mayo de 2012

Malafortunados.

Los malafortunados en realidad no son tan diferentes de nosotros. Tienen las mismas cuatro extremidades, un rostro expresivo el cual exterioriza sus emociones, en fin, comparten todas nuestras cualidades físicas. Unos inclusive son famosos, otros han amasado riquezas, otros blanden sendos puestos de poder alrededor del mundo, pero nada de esto les llena, porque no importa cuánto tengan, jamás podrán conseguir lo que realmente desean. El verdadero objeto de sus deseos, sea cual sea, les resulta eternamente esquivo.

Pongamos como ejemplo, para ilustrar mis palabras, al hombre J, enamorado de la chica J. El hombre J es apuesto, incluso con la cicatriz que comienza en el pómulo derecho, justo debajo del ojo y termina al arañar la comisura de los labios, levantándolos ligeramente, creando un efecto de eterna sonrisa siniestra, podría tener a casi cualquier chica que deseara mientras camina por el medio del enorme centro comercial con su elegante traje de color negro (un color que por alguna razón parece ser al que parecen, invariablemente, terminar acudiendo y refugiándose en él los malafortunados), pero él carece de interés, el interés de fijarse en cualquier otra chica que no sea la chica J, al igual que el resto de los de su especie, una idea se le ha grabado en fuego en el subconsciente.

Ella lo ve, desde el otro lado del recinto, coinciden a diario, y se dirigen un amable saludo cuando se ven. Este día, ella le devuelve el saludo con una expresión cortés pero triste. Conoce a detalle los sentimientos que él le prodiga, pero hay algo en ella que le evita corresponderle, no sabe qué es, pero desde el fondo de su pecho, una voz casi imperceptible le susurra, le advierte que hay algo anormal con él, algo que anida dentro de él, algo que no es humano aunque tampoco tiene un origen establecido. Con enorme pesar, sabiendo que por mucho que lo desee, sus vidas no podrán jamás cruzar los rumbos, la chica desvía sus claros ojos, los cuales cambian de color dependiendo del ángulo en que los toque la luz, deseando que él deje de pensar en ella, para que así no duela tanto el tener que rechazarlo.

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