Durante toda su vida León había deseado ser ese hombre, el príncipe azul con el que todas las mujeres desean pasar el resto de sus días, el que todas buscan, o dicen buscar. Pero se había cansado. Dicen que no importa las veces que te tumben, sino cuántas veces seas capaz de levantarte nuevamente. Pero llega un punto en que el ego y el orgullo ya no pueden soportarlo más, un punto de inflexión en el que ha sido suficiente, en el que te das cuenta que quizá no debas ser la persona que anhelas sino el monstruo que has intentado ocultar. Incluso él sabe cuando rendirse, cuando dejar de aparentar,cuando aceptarse a sí mismo.
Al principio la odio, por hacerle ver la fría realidad, cruda y sanguinolenta como la carne de un puerco recién sacrificado, el cual aun chilla mientras la sangre sale a borbotones por su garganta. Pero despues comprendió que en realidad ella le había hecho un favor, le había mostrado el camino, la senda de la iluminación que debía seguir, un sendero hecho de sangre y visceras; el camino al matadero.
El señor caballerosidad ha desaparecido para siempre y para bien. El hombre de actitud y vestimenta desenfadadas había muerto, ahora sólo quedaba el sombrío caballero oscuro vagando por la ciudad, saciando su sed de sangre con las vidas de las putas, vagabundos y asesinos que osaran meterse en su camino. Se sentía como un vampiro moderno, un justiciero que sólo respondía ante una sola ley; la suya.
Se acomoda el puño de la camisa que sobresale un par de centímetros por fuera del saco. Limpia el filo de la navaja con el pañuelo que carga siempre consigo, la vuelve a enfundar y prosigue su impostergable marcha hacia un destino cada vez menos brillante. Camina hacia la perdición, la lujuria y demás pecados capitales en cuyos brazos ha encontrado consuelo y refugio.
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