en ese momento, el cristal de la ilusión en que había vivido finalmente se había resquebrajado, como una botella de vino golpeando contra el cristal de la mesa. Esa chica, con su sutil indiferencia había logrado lo que ninguna otra decepción le había causado jamás. Había desatado la bestia que permanecía encadenada, agazapada en un gélido rincón de su subconciente. El hombre se había fusionado con la bestia, demonio y humano ahora eran uno, maldad y carne unidos por el odio. La lujuria le hizo cometer el acto barbárico. El hacha y los utensilios para limpiar la escena del crímen, para desaparecer cualquier prueba icriminatoria se le ocurrieron despues, una vez la sangre se le hubo enfríado y parte de la razón volviera a asentarse en su mente.
El señor agradable y simpático había desaparecido para siempre de la faz de la Tierra, murió junto con ella, y él mismo asesinó a los dos. Matar a una parte de sí mismo le había costado aún más trabajo que el crímen físico del cual quedaba constancia; manchas de sangre por doquier, un cadáver aún tibio y el olor metálico de la sangre mezclándose con el sudor que brotaba a raudales de sus poros.
Una sensación de caída comienza a apoderarse de él, es como si la Tierra lo estuviera jalando con dedos fríos e invisibles hacia su interior, hacia la boca negra del infierno, hacia el eterno viaje sin retorno, hacia el caliente ano de Belcebú.
Pero todavía no le ha llegado la hora, el juicio final le es lejano, la oscura rabia de los testículos crucificados de dios aún le espera en la lejanía, no será testigo de su rabia sino hasta que envejezca.
Únicamente ha despertado del sombrío pero revelador sueño en dónde finalmente acepta quien es. Vuelve a cerrar los ojos, y antes de caer sometido bajo el yugo del sueño de los impuros, se pregunta si algún día será capaz de aceptarse a sí mismo -de aceptar al Mr. Hyde que todos llevamos dentro-, en la vida real. Piensa en ella, en la decep´ción que anida en su corazón, en la bestia, el tormento eterno, en genitales divinos, y despues simplemente se duerme, abandonando su mente en los rincones mudos de la inconciencia.
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