La chica observó por última vez su rostro en el espejo. Cabello rojizo largo y sedoso, unos ojos verdes le devolvieron una mirada vacua, pero embargada por el resentimiento. Justo antes de caer en la negrura de la inconciencia, la fría noción de lo que ha hecho es como una ola de dos metros golpeándole directamente el rostro, tumbandola y revolcándola dentro de un mar de agua salada, rasposa que se le cuela por nariz y boca, rasgándole las paredes de la garganta.
Las palabras atragantadas de un perdón que jamás saldrán de su boca son lo único que le duele en esos fatídicos segudos. La ténuey vaga luz del foco que parece irse disipando en la inconciecia hace brillar de forma antinatural el brillante grafito de la llave del lavabo, del cual suge un gorgoteante chorro de agua que se desvanece por el drenaje, llevándose consigo la sangre de olor metálico, llevándose la vida de ella.
La chica deja caer la fría navaja sobre la baldosa, sus miembros empiezan a no responderle, la sensibilidad se va, pero junto con ella tambien el dolor, y agradece que así sea.

Finalmente, su alma se retrae, el dolor desparece y los recuerdos se evaporan cual fino vapor en la negra noche.
Negrura. Si es todo lo que queda entonces no está tan mal, no hay felicidad, ni luz algúna al final del túnel, pero al menos tampoco hay dolor, ni contrición. Sólo soledad.
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