Los puños del chico caen como rocas sobre el rostro de aquel patético sujeto. Su cabello, teñido de rubio para ocultar su secreto y cortado al rape, al estilo romano brilla bajo el cobijo de la tenue luz de la farola de la calle que alcanza a colarse hasta el callejón.
Después de tumbar al sujeto con un fuerte puñetazo directo en la nuez, se sentó a horcajadas sobre su pecho, y sus puños, furiosos e infatigables como olas batientes llevaban casi un minuto descargando su ira contra el rostro del sujeto.
No sabía por qué había comenzado a golpearlo, algo en él le había molestado, pero no recordaba el qué. Sus lagunas mentales, los episodios en que su mente consciente simplemente se desconectaba de su sistema, eran cada vez más frecuentes, y cada vez iban acompañados de arranques de violencia más severos.
El tipo que yacía inconsciente bajo su cuerpo, bien podía ser un negro, o un judío, o un marica, daba lo mismo, lo que importaba es que su sola presencia era suficiente para molestar al chico. Golpear a alguien no se parecía en nada a golpear el saco en el gimnasio, el dolor en los nudillos sí que lo era, pero lo demás, el éxtasis que conllevaba el lastimar a alguien más al tiempo que uno mismo se dañaba los nudillos, la sangre entremezclada de ambos y los gemidos de dolor confundiéndose con los suyos de agitación y excitación casi sexual, hacían estas dos experiencias completamente diferentes.
Finalmente se pone de pie, con los puños envueltos en una sábana de sangre. El tipo aún respira, pero hace tiempo que se desmayó, el rostro desfigurado por la hinchazón y las cortadas le produce asco, así que simplemente hace una mueca, mira con desagrado y por última vez al infeliz que tuvo la desdicha de cruzarse en su camino en esa solitaria noche, da media vuelta y echa a andar, dejando atrás ese encuentro violento, y sintiendo bullir ahora en su interior, a la altura de la entrepierna el cosquilleo por la anticipación del encuentro que está a punto de tener con la chica que conoció esa mañana, la que parece estar loca por él y por sus delirios de grandeza, delirios que siempre van acompañados de una profunda convicción de superioridad cuando se compara a sí mismo con el resto de sus congéneres.
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