miércoles, 26 de febrero de 2020

¡Alto! En el nombre del Arte



Artículo escrito por Juan Carlos Núñez Macías. Artículo de Invitado #22


Hace unas semanas, las redes sociales se llenaron de noticias sobre el “accidente” (es prudente entrecomillar por aquello de la presunción y el beneficio de la duda) que sufrió la obra de Gabriel Rico en Zona Maco por parte de la crítica de arte Avelina Lesper (sí, seguro que si eres un cybernauta asiduo, lo recuerdas).

Consternados, muchos de mis contactos en las redes sociales comenzaron a compartir la noticia y a “justificar” e incluso aplaudir la “actitud perra” – que a veces no sé realmente qué es ser lo que la sociedad moderna considera “perra” -- de esta mujer que siempre se ha caracterizado por su agresividad y por defender su punto de vista sobre lo que es y qué no es arte.

Y entonces (como Carry Bradshaw) no pude evitar preguntarme: ¿qué es entonces arte? ¿será que todos podemos erguirnos en el banquillo de juez para juzgar el trabajo de alguien más?

Es decir, es obvio que siempre ha existido un dedo divino – más humano que divino – que ha marcado cánones, reglas y estructuras para lo más perfectamente imperfecto de la creación humana: el arte.

El arte, según mi perspectiva, es un fragmento del alma misma. Es una forma que se tiene para decir lo que no se sabe cómo decirse; de hablar sin palabras. De criticar, gritar, llorar, de defenderse, de pelear y de dejar una huella en nuestro camino por la humanidad.

Entonces, si hay tantas concepciones del mundo como lo hay de mentes en el mundo, llenas de emociones y sentimientos, tan diferentes como iguales, ¿por qué siempre hemos buscado que todo encaje en una caja cuadrada si desde que nació es un triángulo? ¿el triángulo está mal por ser un triángulo? O peor aún, ¿quién, con plena conciencia, puede señalar con el dedo, menospreciar e incluso, destruir el trabajo de alguien más? Y no, no defiendo ni a uno ni ataco al otro, sólo me pongo a pensar en los límites que nos mantienen en vuelo como sociedad.

He escuchado siempre que “en gustos se rompen géneros” y eso es justo lo que nos hace conectar con tal o cual, llámese canción, libro, obra de teatro, escultura, pintura… pero, el hecho de que no sintamos esa conexión, siento que NO nos da derecho alguno sobre el pensamiento, el trabajo y el esfuerzo de alguien más, puesto que no conocemos todo lo que hay detrás o del camino que hubo que recorrer para estar en ese lugar. Y creo que todo nos lleva a un mismo sendero: tolerancia.

Concepto que se clama a voces y se lee en miles de millones artículos que circulan por todos lados; palabra que comienza cada vez a utilizarse más y más pero que aún no alcanzamos a comprender. Crítico o no, con fundamentos teóricos o no, llegar al límite de la transgresión del arte en nombre del arte, me parece uno de los miles de males que aquejan nuestro bienaventurado siglo XXI. 

Y quizá, hasta el día en que las palabras dejen de ser sonidos y comiencen a ser conceptos, ese día podremos decir que hemos avanzado, que hemos abierto los ojos y trascendido como sociedad, porque más allá de seguir la rabia propia del instinto humano, debemos probarnos a nosotros mismos que somos seres pensantes, capaces de aceptar lo que es diferente a nosotros; lo que no encaja en nuestra caja de herramientas mental. Comprender que el respeto es una línea que no debe ser cruzada, y mucho menos, en nombre del arte con una bandera de superioridad y frialdad.

Por eso yo hoy, a ti que lees esto, y como un artista de escritorio – si se me permite tal resolución – te digo que vivimos en una sociedad que te hará pelear con uñas y dientes para alcanzar tus sueños, sin embargo, no permitas que nadie te diga que no es suficiente. Que tú no eres suficiente. Que lo que haces no tiene valor alguno, porque lo tiene para ti y si en él lleva puesto un fragmento de tu alma, entonces vale la pena seguir buscando el camino. Porque llegará, aunque haya miles de millones de Avelinas que te dirán que no. 

Yo te digo que sí, que a la distancia y sin conocer tu nombre o tu rostro, yo sí confío.

Porque a veces, es lo único que se necesita para tomar el último suspiro antes de saltar.


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