Desde que tengo alrededor de unos 15 años (más, menos ¡qué
más da! Ya pasaron más de diez años, de cualquier manera) el mirar los Óscares —
y en general, el deleite por el cine — eran y son un ritual en casa. Ahora
quizá en menor medida por la absorbente rutina, sin embargo, sigue siendo la
válvula de escape por excelencia.
Durante años, el cine — como cualquier arte — han sido el
espejo ideal para no sólo mostrar la realidad social, sino también para
criticarla. Sin embargo, y muy a mi pesar, los últimos productos que nos ha
traido el cine comercial — entiéndase por Hollywoodense — han estado flojos de
presentar una propuesta que te quite el aliento: de esas películas que te
envuelven imagen a imagen en su mundo utópico; que te quitan la respiración con
tal o cual escena. Ahora parece vacío. Ahora sólo buscan dinero. Ahora, son un
producto más.
2020 sin embargo, prometía ser un parteaguas. A final de
cuentas, es el inicio (o final) de una década y, con tanto sucediendo a nuestro
alrededor, parecía ser el momento ideal de volver a llenar las salas con
propuestas únicas y diferentes; propuestas que hicieran lo propio en cuanto a crítica, contenido y actuación. Propuestas que nos regresaran a la época de
gloria del séptimo arte.
Y entonces, llegó el momento de la Academia de premiar a lo
mejor del último año y claro, internet Todo Poderoso, no podía dejar de ser el
escaparate de miles de comentarios al respecto: dos de los que más me tomaron
por sorpresa — y los que me impulsan a verter estas palabras cual río en caudal
— es que los Oscares seguían siendo “muy blancos” y el tema de sieeeeempre *léase
con pesar*: inclusión.
Sí, sí. Lo sé. Puede que lo estés leyendo y estés haciendo
los ojos hacia arriba pensando en que debería ir a mortificar a mi progenitora,
porque suena “machista” y tan en contra de lo que está en boga, pero, antes de
que me odies, te pido que le des una oportunidad a mis letras.
A ver, pongamos las cosas claras antes de comenzar: ya
hablamos del cine como una herramienta de crítica y de espejo social, ¿estamos
todos de acuerdo? Bien.
Hoy, en todos los medios, no se habla más que del poder
femenino, del lugar de las mujeres en la sociedad, del empoderamiento… ¡qué sé
yo! Todos esos temas que, claro, son importantes (y créanme que lo son y los
apoyo), sin embargo, mi conflicto recae en que todo se ve muy forzado. Muy a
fuerzas.
Y entiendo lo que buscan y el impacto que puede — o no — llegar a
tener, sin embargo, ¿por qué hacer mención de ello todo el tiempo?
Por otro lado, y siguiendo la línea de la inclusión, tenemos
una película surcoreana como mejor película de 92º entrega del premio. ¡Todo un
evento histórico! Y miren que en verdad lo aplaudo pero, ¿era necesario?
Es decir, ¿no suena más a que la Academia y Hollywood buscan
mostrarse “receptivos” a romper con lo establecido, pero a la vez, en su
contenido y su lenguaje artístico siguen en esa vanagloria a los suyos
colocándose como los salvadores del mundo? Piénsenlo.
No se siente como una aceptación y una inclusión REAL. Es
más bien, otra buena actuación merecedora de un premio.
Era lo políticamente (y socialmente) conveniente.
“Parásitos” no nos muestra nada que no
hayamos visto ya en el cine mexicano, o en las calles de la ciudad todos los
días, o incluso, en programas como “La Rosa de Guadalupe” y “Mujeres Asesinas”…
tampoco es nada que Hollywood no haya hecho (¿o intentado hacer?) antes. No le
resta grandeza, aclaro, a la película. Pero considero que está sobrevalorada.
Simplemente era lo que se TENÍA que hacer.
Pienso: ¿No sería mejor que en lugar de decir o medir cuánta
gente americana o no americana forman parte del negocio del cine… nos
dedicáramos a trabajar en vernos como personas? Así, a secas. Persona.
Sin etiquetas, sin color, sin género...
Eso SÍ que sería inclusión y toda una revolución. Creo que
nuestra lucha está mal encaminada, porque aun se siente la balanza cargada
hacia uno de los lados — sea al femenino o al masculino. Al blanco o al negro —
¡y ese no es punto!
Creo que por eso me enamoró “Jojo Rabit”. Personas
conociendo personas, entendiendo el valor de una persona que no es diferente de
ti: no tiene cuernos o dientes filosos ni cabalga unicornios hasta el amanecer
o se pinta los pelos del cuerpo verdes para ser diferente. Sólo es una persona.
Tan diferente pero a la vez tan igual que tú mismo.
Creo que debemos dejar de pensar en esa clase de
términos, de pensar en minorías y sólo contar historias de SERES HUMANOS con
características y gustos diferentes.
¿A que no suena mejor?
Al final del día, el arte es la única arma con la que contamos
para dejar nuestra huella en el mundo; en mayor o menor medida, pero estoy
seguro de que por ahí empieza la verdadera diferencia.
Ahí se puede gestar un
cambio que traspase generaciones.
Hollywood es un monstruo; uno que ha acabado con muchas
vidas y ha salvado algunas otras, sin embargo, sigo siendo un fiel creyente de una cosa:
Es posible crear un mundo de igualdad, no sólo inclusivo, pero sobre todo, que más allá en el futuro — y espero estar aquí para poder verlo — vivir la intención de la sociedad de hacer ESE cambio. Pero una intención real, genuina, modificando y rompiendo paradigmas, de lo contrario no hay congruencia y no deja de ser una máscara de papel que tarde o temprano se puede resquebrajar.
Todas las luchas son justas, y entiendo que se empieza por
algo. Ayer sucedió parte de ese ALGO.
Y es un buen primer paso.
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